Cuentos y leyendas de hadas y princesas
Cada día, al atardecer, Toña llevaba su rebaño al arroyuelo de Bois–Houlet. Mientras sus ovejas se saciaban, la pastora se sentaba en la orilla y mezclaba sus amargas lágrimas con las frescas aguas del arroyo; la joven padecía una melancolía que se agravaba cada tarde, y que ni el tiempo ni las estaciones eran capaces de apaciguar.
Aquel día, Toña estaba llorando como de costumbre cuando un curioso resplandor llamó su atención. Parecía el destello de un diamante resplandeciente entre los guijarros.