El secreto del relojero
–Yo he llegado antes –dijo Christian–, y todavía no tengo ningún libro.
–Eso no es cierto, sí tienes uno, incluso uno de nuestros más bellos ejemplares –corrigió el bibliotecrio.
–¡Ah, ése! Pero no puedo llevármelo a casa.
–¿A casa? –preguntó Otto–. ¡Pero si vives aquí!
–¡Lo que tú digas! –respondió Christian, y miró con reproche al bibliotecario–. Ese libro debe permanecer en la biblioteca, usted mismo lo ha dicho.