Salitre
Eduardo detuvo su moto para contemplar el mar de Foz. Le gustaba recorrer todos los días la playa de Llas, siempre antes de ir al bar que atendía su padre. Cuando el viejo enviudó, el muchacho asumió la obligación de echarle una mano. Ya hacía casi seis años que se había quedado huérfano y no había ningún otro hijo que pudiera ayudar.