No cabe la indiferencia frente a la voz de esta gran narradora desgranando sus impresionantes vivencias de guerra en las duras condiciones de la estepa rusa. Su relato, sincero, cargado de emociones y sin embargo sereno y equilibrado, establece una honda corriente de simpatía con quien lo lee, que intensamente sufre con sus adversidades e igualmente celebra los pequeños gozos. Y de paso aprende algo sobre la condición humana, el coraje, la fuerza de la voluntad y las ilusiones, y los avatares de la reciente historia europea.
No cabe la indiferencia frente a la voz de esta gran narradora desgranando sus impresionantes vivencias de guerra en las duras condiciones de la estepa rusa. Su relato, sincero, cargado de emociones y sin embargo sereno y equilibrado, establece una honda corriente de simpatía con quien lo lee, que intensamente sufre con sus adversidades e igualmente celebra los pequeños gozos. Y de paso aprende algo sobre la condición humana, el coraje, la fuerza de la voluntad y las ilusiones, y los avatares de la reciente historia europea.
La estepa infinita
Aquella mañana, cuando el maravilloso mundo en que vivía llegó a su fin, no regué las lilas que había junto al estudio de mi padre.
La fecha era junio de 1941 y el lugar Vilna, una ciudad en el rincón nordeste de Polonia. Yo tenía diez años y creía que en una mañana como aquélla la gente de todo el planeta se dedicaba a cuidar de su jardín. Las guerras y las bombas se detenían en la entrada, sucedían al otro lado de sus cercas.
Nuestro jardín era el centro de mi mundo, el lugar en que yo deseaba permanecer para siempre. La casa donde vivíamos estaba construida alrededor de ese jardín, y su tejado rojo se inclinaba hacia sus macizos de flores.