El libro maldito de los templarios
Alejo Mendoza oyó cerrarse la puerta del portal a sus espaldas y se detuvo en el umbral para consultar el reloj: las ocho y media. Al otro lado de la calle de Alcalá, el parque del Retiro emergía como una isla en un océano asfáltico entre la bruma espesa y húmeda. A pesar de que hacía rato que había amanecido, algunos vehículos circulaban por la avenida con los faros encendidos. El cielo madrileño se teñía de azul cerúleo y el aire fresco de la mañana convertía la respiración de los transeúntes con que se cruzaba en pequeñas nubes de vaho.