La casa del fin del mundo
Lo habíamos conseguido. Sin embargo, nada estaba saliendo según lo planeado. Por eso me sentí tan mal aquella tarde en la que llevaba más de una hora sin dejar de mirar por los cristales. A mi madre le pareció sospechoso.
–¿Qué es lo que miras con tanto empeño? –me preguntó.
–¡Nada! –dije, y era cierto, pero como no me creía se acercó al ventanal, y lo único que pudo contemplar fue una calle inmensamente vacía, que debía de estar así desde el comienzo de los tiempos.