Las manos en el agua
Tenía la hoja prendida con dos dedos por el pequeño tallo rojizo: grande, acorazonada, como de terciopelo al tacto. El filo dentado era de color verde, pero el resto lucía un morado oscuro, que en el nervio central se volvía carmín. Dora le había dicho de aquella maceta que se llamaba "capa de San Pedro", pero la abuela, sonriendo, le había dado otro nombre: begonia. La hormiga corría sobre la hoja como enloquecida, como si la hubiesen enviado a hacer un encargo y temiera no llegar a tiempo; pero alcanzaba el borde y tornaba atrás, apresurándose, girando sin cesar, como cuando en la plaza las niñas danzaban de la mano o, sueltas, se perseguían.