Sencillamente Henry
–¡Podéis callaros, por favor!
Las súplicas de la acomodadora no surtían mucho efecto en el puñado de niños que se subían a los respaldos de los asientos del cine y los montaban como si fueses caballos.
Henry, que estaba detrás de ellos, se movía de derecha a izquierda para intentar ver la pantalla, donde un collie solitario entraba de un salto en un orfanato ardiendo en busca de un niño perdido que dormía en una cama del desván. La música de la película iba in crescendo, al igual que el volumen del ruido de la sala.