La guerra de Amaya
–¡Adiós, Rosina!
–¡Adiós, Paloma!
–¡Rosina, Paloma, adiós!
Mi hermano Aure y yo nos despedíamos de las dos cabritas que habíamos tenido en Peciña, una aldea de Álava donde pasamos cuatro o cinco años. Cerca ya de la noche, un hombre había venido a recogerlas, porque al día siguiente nos mudábamos a Marquina y no podíamos llevarlas con nosotros.