Arthur y el hechicero
Si, después de una fría jornada de invierno, un habitante de Wyndham –quizá la mujer del alcalde, Ansem Sotobosque, que padecía de insomnio y se pasaba las primeras horas de la noche mirando por la ventana– hubiera dirigido la mirada hacia el sendero que, nada más salir de las murallas, ascendía por la colina, habría divisado, no sin dificultad, un cuarteto de sombras que subía aquella empinada cuesta con lentitud.