Marisela y el pelirrojo
La princesa Marisela lo había planeado todo: se encerraría en la torre más alta del castillo y esperaría a que su príncipe, que no era azul sino rojo, la rescatara.
Su padre le había consentido el capricho porque eran tanto los asuntos que resolver en el reino que un problema más podría provocarle un colapso, que en aquella época era como tener el diablo en el cuerpo.
Su madre también comprendió el desliz, palabra muy común entre las condesas, porque un buen esposo venido de Oriente podría renovar el linaje.