Una luz en el atardecer
Tenía la impresión de que la brisa de mayo era ácida y verde, una manzana cruda. La primavera respiraba con un aliento turbador, aunque yo sólo lo saboreaba durante las mañanas, mientras faltaba a clase. El resto del día cumplía el arresto domiciliario impuesto por mamá tirana a causa de mis suspensos. Había aprobado Lenguaje por no traicionar al Turco. Permanecía en mi habitación, al oeste del edificio, un cuarto amplio que tenía el aire de catedral del resto de la casa, pero donde al menos llegaba, a partir de las ocho de la tarde, el resplandor del atardecer. Yo era un suspenso intencionado, un rebelde impotente y un enamorado a distancia. Una ruina sobre la que pretendía edificar mi carrera de actor. Quién iba a decirme que me iba a entrar un póquer de mano, en frase del abuelo, un póquer deslumbrante y amargo que me ha hecho crecer.