La noche en que Vlado se fue
A la caída del telón de acero, el juego de intereses extranjeros había avivado nuestras dormidas tensiones étnicas, el país se había disgregado y, como fatal consecuencia, la guerra civil ensangrentaba nuestro suelo desde hacía meses. Papá, mamá y yo, agazapados entre las montañas Dolomíticas, deseábamos que nadie se acordara de nosotros y pudiéramos mantenernos al margen, hasta que las fuerzas de la ONU se decidieran a emprender seriamente tareas de pacificación y todo volviera a la normalidad. Algunos días oíamos cañonazos lejanos en dirección a la ciudad de Cazla, e incluso habíamos visto aviones aparecer por detrás de los picachos del norte y sumergirse hacia los valles en un vuelo cargado de malos presagios.