Vampiro a mi pesar
Aquella mañana Ilya se despertó como cada día, pero nadie se dio cuenta de ello.
Cantó el gallo, y lo oyó, y pensó “Ya amanece, arriba” y, luego, sin moverse, “Ya voy”, adelantándose a la llamada de padre.
Padre lo agarró de la camisa y lo zarandeó:
-¡Arriba, holgazán! -dijo como solía-. ¡Que te esperan las cabras!