En 1888 las mujeres aún no gozan de los mismos derechos y libertades que los hombres. Sin embargo Audrey, una joven nacida en el seno de una familia acaudalada, siente fascinación por la ciencia y adquiere la mayor parte de sus conocimientos fuera de los cauces oficiales a los que tiene acceso. Gracias al trabajo de su tío conocerá los secretos de la medicina forense y también a uno de los discípulos más talentosos, Thomas, aunque para ello tenga que recurrir a ciertos trucos. La pareja de adolescentes, junto al familiar, iniciarán una trepidante investigación (en la que, además, deben sortear los impedimentos que el padre de Lisa pone a sus inquietudes), con el objetivo de esclarecer una serie de crímenes atribuidos al célebre homicida Jack, el Destripador. La autora, que ha conseguido situar esta obra en el número uno de los best sellers recomendados por The New York Times, teje una eficiente ambientación -reforzada por una tétrica colección de fotografías de la época- en la que se desvelan las luces y sombras de aquel tiempo, manteniendo el interés del lector durante toda la trama con giros y sorpresas bien urdidas que llegan a plantear dudas y sospechas incluso sobre el círculo más cercano de la protagonista. Una oscura historia, muy recomendable para aficionados al género, que recupera las mejores características de la novela de terror y deja abierta la puerta a posibles secuelas.
En 1888 las mujeres aún no gozan de los mismos derechos y libertades que los hombres. Sin embargo Audrey, una joven nacida en el seno de una familia acaudalada, siente fascinación por la ciencia y adquiere la mayor parte de sus conocimientos fuera de los cauces oficiales a los que tiene acceso. Gracias al trabajo de su tío conocerá los secretos de la medicina forense y también a uno de los discípulos más talentosos, Thomas, aunque para ello tenga que recurrir a ciertos trucos. La pareja de adolescentes, junto al familiar, iniciarán... Seguir leyendo
A la caza de Jack el Destripador
Coloqué el pulgar y el índice sobre la piel gélida a la altura del esternón, y la estiré con firmeza como Tío me habia enseñado.
Era importante que la incisión preliminar fuera correcta.
Me tomé mi tiempo para evaluar la posición del metal sobre la piel y me aseguré de lograr el ángulo adecuado para hacer un corte limpio.