La Venus del Kilimanjaro
Acaban de abrir el bar, eran algo más de las nueve de la noche, cuando Gil entró, con ganas de acabar rápido con el famoso acuerdo que hace mucho que se arrastra, y poderse largar a casa a quitarse los zapatos y la chaqueta y beberse una cerveza mirando el partido de la tele. El local aún conserva la frialdad transparente, ordenada y aséptica de los lugares donde después de la mujer de la limpieza...