Piel de lobo
Éramos tres en el valle. Mi padre, Fulxencio Nóvoa y Puga, yo, que os cuento estas cosas, y mi perro. Bueno, el perro no era mío, sino de mi padre. Y allá se iban los dos, desde mi más tierna infancia, días y días pateando el valle y los montes de los alrededores, a la caza de la cerceta y de la liebre, del zorro y el tejón. Se cuentan con los dedos de una mano los días que, en la temporada pertinente, no llegaban a nuestra mesa conejos o becacinas, unos jamones de jabalí o unas perdices en salsa de chocolate o en escabeche.