Aquel verano a Daniel y Lukas les dio por la pesca, pero no se conformaban con los pececillos, querían atrapar al lucio. Anna los seguía a regañadientes, solo porque era su amiga y porque se había enterado de la grave enfermedad que padecía Gisela, la madre de los chicos. Bajo el peso de aquel secreto echaba en falta a su padre, que se había ido de casa, y el tener una amiga con la que desahogarse. A medida que empeoraba Gisela, Daniel se obsesionaba más y más con el lucio, como si en él estuviera la clave para que todo volviera a ser como antes. Esta novela toca las fibras más sensibles volviendo la mirada atrás, al último verano de la infancia, en el que se descubre la enfermedad y la muerte y se pierde la inocencia. Frente al dolor, el miedo y la incertidumbre, los niños –personajes conmovedores en su autenticidad– forman una piña, confortándose con el bálsamo de la amistad. Anna, la mayor de los tres, narra el drama de sus amigos entrelazado con sus propios conflictos en un hogar del que ha desaparecido el padre y la relación con su madre no colma su gran necesidad de afecto.
Aquel verano a Daniel y Lukas les dio por la pesca, pero no se conformaban con los pececillos, querían atrapar al lucio. Anna los seguía a regañadientes, solo porque era su amiga y porque se había enterado de la grave enfermedad que padecía Gisela, la madre de los chicos. Bajo el peso de aquel secreto echaba en falta a su padre, que se había ido de casa, y el tener una amiga con la que desahogarse. A medida que empeoraba Gisela, Daniel se obsesionaba más y más con el lucio, como si en él estuviera la clave para que todo... Seguir leyendo
El verano del lucio
Fue un verano interminable. Y nadie entonces hubiera creído que sería nuestro último verano. Sencillamente, no podíamos creerlo. De la misma forma que tampoco podíamos imaginarnos que jamás volveríamos a tener un invierno de frío intenso, con abundante nieve y una gruesa capa de hielo en los fosos de agua.
Fue un verano interminable. Había comenzado en mayo. El sol lucía todos los días. Las rosas de Pascua se cubrieron de yemas, las flores de los castaños explotaron de un día para otro. El campo de la colza resplandecía amarillo y, por encima de nosotros, los vencejos cortaban el infinitamente profundo cielo.