La perrona
Me llamo Abel. Cuando tenía ocho años vivía en Gijón con mis padres y mis hermanos, muy cerca de la playa de San Lorenzo. Me gustaba jugar en la Escalerona, que por los lados es una escalera muy grande que baja a la playa y por el centro un mirador con un pilar de cemento y vidrio, que se enciende por las noches. Una tarde de verano me había citado en el mirador con mis amigos. Como tardaban, me puse a jugar solo a las canicas. De pronto, vi acercarse dos botas negras, altas y lustrosas. Levanté la mirada. Era un militar de ojos tristes, con un bigote muy fino.
-Niño, ¿quieres ganarte una perrona?
Una perrona, claro, era una perra gorda, o sea, una moneda de diez céntimos.