La otra orilla
Cuando después de varias penurias la carabela era definitivamente nuestra, apareció Cristóbal Colón y nos dijo que debíamos abandonarla en el acto, porque nos la requisaba en nombre de Sus Majestades. Mis hermanos pusieron el grito en el cielo.
–¡El barco es nuestro único patrimonio! ¡Tendréis que pasar por encima de mi cadáver para quitárnoslo! –exclamó Juan, encendido de rabia.
Cristóbal Colón volvió poco después con alabarderos, alguaciles, un notario y dos escribanos, y no hubo más remedio que acatar el mandato.