Desde mi infierno
Aquel día, Silvia iba a dar su primera clase. Pero, en su lugar, asistió a un entierro. Esperaba ver a sus futuros alumnos en el patio, jugando, gritando o asomándose por las ventanas. Pero el patio estaba vacío. Y en las ventanas no había nadie.
Desde el coche observó la fachada, llena de pintadas, como ya es habitual en los institutos de medio mundo. El edificio parecía viejo, aunque estaba sucio y descuidado por fuera. Se acercó despacio. Subió una pequeña escalinata, que pisaban infinidad de pies cada día, y se dirigió hacia la puerta principal. No pudo abrirla. Era de hierro y parecía muy pesada. Volvió a intentarlo, pero estaba cerrada con llave.