Mi tigre es lluvia
–Lo mejor sería internarla –dijo el doctor Vogel inclinando la cabeza sobre la mesa de su despacho.
Tal vez era una forma de demostrar la pena que le producía aquella chica de catorce años que, sentada al lado de su madre, no dejaba de mirarle con ansiedad.
Sin embargo, el doctor Vogel tenía mucha experiencia. Cada semana veía sentadas frente a sí, al menos, a dos nuevas pacientes; más de cien cada año, y ya llevaba varios años en aquel hospital infantil.