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El valor de la lectura en el desarrollo integral de la persona (Primera parte)

El fomento de la lectura, un esfuerzo personal y colectivo

¿En qué medida una cierta crisis en el desarrollo de las capacidades y actitudes lectoras de nuestros alumnos es una de las causas que han contribuido a degradar la educación? Porque es un hecho constatado –y ahí están los datos de los dos últimos Informe PISA Proyecto Internacional para la Producción de Indicadores de Rendimiento de los Alumnos, en el marco internacional común de los países de la OCDE, correspondientes a los periodos 2000-2003 y 2004-2007– que muchos de nuestros adolescentes escolarizados no saben leer comprensivamente un texto ni encuentran en la lectura el soporte cultural con que ir desarrollando su personalidad. Y el desconcierto ante hechos de tanta gravedad afecta por igual a docentes, a alumnos y a sus familias, y también al mundo editorial e incluso a las autoridades educativas. Para no caer en el desencanto, empecemos por afirmar que el fracaso escolar, del que es responsable directo la vuelta de espaldas de la sociedad al mundo de la lectura, solo puede reconducirse desde un ingente esfuerzo personal y colectivo.

Esfuerzo, en primer lugar, del propio alumno, que ha de tomar conciencia de que el aprendizaje lector debe ser afrontado con seriedad y rigor, porque no hay aprendizaje auténtico sin trabajo responsable y espíritu de superación. Esfuerzo, también, de los docentes, que debemos estar dispuestos a introducir en nuestra práctica diaria en las aulas los cambios metodológicos necesarios y los medios didácticos adecuados para obtener el mejor rendimiento lector de nuestros alumnos, apostando por formas de «acompañamiento personalizado» para fomentar su motivación y adecuando los ritmos de aprendizaje a los procesos de maduración personal. Esfuerzo, igualmente, de los padres, puesto que está fuera de toda duda que la implicación de la familia en el proceso lector –y, por tanto, educativo– de sus miembros en edad escolar es un factor determinante.

Esfuerzo del sector editorial, que ha de proporcionarnos ediciones de textos que sirvan para despertar en los adolescentes el goce estético que la lectura de la buena literatura proporciona. Esfuerzo, finalmente, de los responsables «políticos» de la educación, que convendría que convirtieran la lectura en el pilar básico del sistema educativo, con una legislación que la proteja, fomente y valore. De esta manera, con el esfuerzo de todos –cada uno desde la parcela de su responsabilidad–, tal vez vayamos abriendo las claves para una lectura placentera de cualquier tipo de texto, sin renunciar, en un futuro más cercano que lejano, a la comprensión y disfrute de aquellos otros con cierto nivel de densidad conceptual o de complejidad estilística. De este esfuerzo colectivo es esperable una fructífera cosecha, apoyada en el afortunado aforismo «Más libros, más libres». Porque es obvio que, cuanto más cultura, mayor libertad.

Importancia de la lectura en los ámbitos humanístico y científico

En una sociedad como la actual, y en particular en la de los países industrializados que centran su nivel de progreso en los avances tecnológicos, no resulta cuestión baladí plantearse –al menos como reflexión teórica– qué utilidad tiene la lectura de textos humanísticos, es decir de aquellos que abarcan aspectos del ser humano de los que se ocupan disciplinas tales como la psicología, la antropología, la sociología, la historia, la filosofía, la literatura...; textos que reflejan toda una concepción vital basada en los valores humanos. Y para responder a esta cuestión hay que empezar por afirmar que no está justificado enfrentar los textos humanísticos con los científicos, es decir, con aquellos que atañen a las ciencias exactas, físico-químicas y de la naturaleza. Entre otras razones, porque ambos tipos de textos –humanísticos y científicos– se complementan para lograr el desarrollo integral del ser humano como persona. Y quizá no esté de más recordar que Newton escribió en latín sus Principia Mathematica, y que hasta Descartes toda la ciencia europea se escribió en esa lengua.

Y no le faltaba razón al académico Arturo Pérez Reverte cuando señalaba –en carta a su hija María 1– que no hay mejor vacuna que el conocimiento [que a través de la lectura se adquiere], es decir, la cultura, en el sentido amplio y generoso del término, que podrá no solucionar casi nada, «pero ayuda a comprender, a asumir, sin caer en el embrutecimiento, o en la resignación». Y, en este sentido, da igual que uno se incline más por las ciencias humanas que por las naturales. Porque el mundo de la cultura –cuya vía principal de acceso es la lectura– constituye, en sí mismo, una forma de entender la existencia, que se traduce en un continuo aprender a ser, potenciando los aspectos intelectuales, afectivos, físicos, espirituales y trascendentes de la persona; y nos ayuda a tomar una postura ante el Universo del que formamos parte como criaturas humanas, y en el que encontramos poco a poco nuestro propio espacio vital para realizar un proyecto de vida tan personal como intransferible. Y es que sea desde el ámbito de las humanidades, sea desde el mundo del conocimiento científico, todos estamos llamados a participar y a comprometernos en la construcción de una sociedad más justa, fraterna, humana y solidaria, que convierta la dignidad de la persona en la razón suprema de su existencia.

La trascendencia educativa de la lectura

A través del acercamiento a los textos literarios, los docentes hemos de procurar que nuestros alumnos vayan adquiriendo el hábito de la lectura reflexiva, desarrollando la capacidad crítica y descubriendo los múltiples valores estéticos que la literatura encierra. Por ello debemos proporcionarles textos literarios con indiscutibles valores recreativos, artísticos y formativos, que permitan el enriquecimiento de sus vivencias personales, estimulen su sensibilidad y, en definitiva, fomenten actitudes favorables hacia la lectura; todo lo cual, sin duda, habrá de contribuir a su formación como personas. Porque, en efecto, el mundo de la literatura no puede quedar al margen de una educación integral que persiga el aprender a ser –insistimos una vez más–, desarrollando la persona en toda su plenitud. Porque, parafraseando a Robert Hugues2, la lectura es uno de los caminos más contundentes para que la juventud llegue a ser libre, piense por sí misma y organice su presente y futuro a su imagen y semejanza.

La lectura como acompañante en el proceso de socialización de la personalidad

Que la lectura ayuda a desarrollar la capacidad crítica es evidente; precisamente porque estimula las facultades intelectuales. Ya lo decía Gloria Fuertes en este sencillo –y a la vez profundo– poema:


No está mal

El perro entiende.
El cocodrilo llora.
La hiena ríe.
El loro habla.
El hombre entiende,
llora,
ríe,
habla
y además puede leer.
De todos los animales de la tierra
sólo el hombre puede leer
para dejar de ser animal.
¡No está mal!

Por otra parte, cuanto más se recurre a la lectura, menos sometido se está a cualquier tipo de manipulación, en especial a la de los medios de comunicación y, muy en particular, a la que la televisión trata de ejercer sobre sus espectadores habituales3. Porque es cierto que las imágenes audiovisuales nos subyugan de tal manera que no potencian precisamente ese distanciamiento crítico con que hay que saber analizarlas. De ahí que la influencia de la televisión pueda ser dañina, y favorezca la pasividad de quienes, incapaces de criticar lo que ven, se entregan en brazos de unas imágenes que apelan a los sentimientos, pero que la razón es incapaz de controlar, y se quedan, por lo tanto, a merced de esos estímulos emocionales que les llegan «desde fuera», incapaces de distanciarse críticamente de ellos.4  Además, muchos de los modelos de referencia que la televisión viene potenciando suelen carecer del mínimo soporte ético; y surgen, así,personajes famosos –o, por decir mejor, conocidos–, pero con una fama que nada tiene que ver con el prestigio que se deriva de una excelente actuación profesional5

Convengamos en que para convivir en un mundo plagado de mensajes audiovisuales es necesario propiciar una educación que ascienda de las sensaciones a la lógica; porque sólo así dejarán de conmovernos tantas trivialidades que ofenden a la inteligencia y nos degradan como personas.

 

Este texto es una colaboración de Fernando Carratalá Teruel

Bibliografía y notas

  1. Pérez Reverte, Arturo: «Carta a María». El Semanal, 19 de noviembre del 2000.
  2. Hugues, Robert (Sydney, 1938). Instalado en Nueva York desde 1970, ha ejercido como crítico de arte en la revista Time. Entre sus obras de creación destaca The fatal shore (La costa fatídica), de 1987.
  3. En un polémico artículo publicado en el diario ABC («El hábito de la lectura», 29 de marzo de 1993), Camilo José Cela defendía la vieja tesis de que los gobernantes, reprimiendo culturalmente a las masas por medio de una televisión carente de cualquier capacidad para instruir, son los verdaderos responsables de que se haya perdido la afición por la lectura y de que, en consecuencia, la gente tenga cada vez menos sentido crítico. Para Cela, el entontecimiento del espectador que la televisión se esfuerza en lograr es estimulado y aprovechado por los gobernantes; porque al rebajarse la capacidad intelectual de los ciudadanos, alejados de la lectura, se les hace fácilmente manipulables por esos mismos gobernantes, en aras de su propio beneficio personal.
  4. Cf.: Rojas, Enrique: «Elogio de la voluntad». Diario ABC, 1 de junio de 1992.
  5. Los efectos de la telebasura los denunciaba contundentemente Manuel Hidalgo en su artículo «Quieren ser famosos»: «Hoy, los niños quieren ser famosos y, lo que es peor, sus padres también quieren que sean famosos. Los maestros han percibido con horror que los padres –y muy especialmente aquellos que pertenecen a la antes llamada clase obrera– no inculcan a sus hijos la idea del estudio, el esfuerzo o el cultivo de una vocación profesional, sino que, subyugados por la propuesta televisiva del famoseo gratis total, les empujan, si pueden, hacia el atajo fácil de la televisión, el cine, la publicidad, la moda, las revistas, la canción o los concursos en su versión de triunfo rápido, gloria barata y dinero fácil. Los que llegan y los que no, van formando un contigente de putones y macarras. Esta fama, por supuesto, nada tiene que ver con el prestigio, la idoneidad o, mucho menos, la excelencia. Se trata del concepto vacío que bien conocemos o, mejor dicho, únicamente lleno del material de su cáscara. Llegar a ser famoso es lo sustantivo y los medios para lograrlo –incluidos los peores– son lo adjetivo y secundario, y nadie piensa, por supuesto, en que su hijo llegue a ser un arquitecto famoso, un científico famoso o un pintor famoso. Basta con que sea famoso a secas, y donde esté un casting que se quite una beca». (Diario El Mundo, 5 de noviembre de 2004)
 
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Un Lector
Me agrada su manera de escribir por ser muy sencillo pero profundo; lo felicito por el cierre de mencionar la sensación de la lógica.