Rebelión en el desierto
Cuando al fin echamos el ancla en la rada de Yeddah, la ciudad blanca que parece suspendida entre el cielo luminoso y su reflejo trémulo en las aguas que la laguna le ofrece como espejo, el sofocante calor de Arabia nos abatió como una espada de buen filo, dejándonos sin habla, como heridos. Era la media mañana de un día de octubre de 1916; la luz del sol de Oriente en aquel mediodía, de tan cegadora, hacía imposible la percepción de los vivos colores, que parecían tan apagados como bajo la luz de la luna. Solo había luces y sombras, las casas blancas, la negra senda de las calles...