La soledad de la señora se disfraza de fortaleza exterior. Pero el niño, sabio desde la inocencia, descubre que tras la vertiginosa e imaginada fachada se esconde una mujer especial, y que su alimento, en realidad, no son los niños, sino un dulce pasatiempo que cultiva esperando compañeros de juego. Las imágenes, inquietantes y evocadoras, conjugan el andamiaje perfecto para describir sensaciones tan diferentes como el miedo o la atracción hacia lo desconocido en una historia emotiva y diferente.La soledad de la señora se disfraza de fortaleza exterior. Pero el niño, sabio desde la inocencia, descubre que tras la vertiginosa e imaginada fachada se esconde una mujer especial, y que su alimento, en realidad, no son los niños, sino un dulce pasatiempo que cultiva esperando compañeros de juego. Las imágenes, inquietantes y evocadoras, conjugan el andamiaje perfecto para describir sensaciones tan diferentes como el miedo o la atracción hacia lo desconocido en una historia emotiva y diferente.
La señora y el niño
En la ciudad vivía una señora. Una señora enorme. Una señora gigante. Una giganta. «Apuesto a que come niños», pensó el chico. «Desde su balcón los recoge de la calle con un simple gesto, como si los barriera con un parasol. Así de simple, al azar. Y luego los encierra en una jaula enorme hasta la hora de cenar».