Jara
Jara se despertó con las bragas manchadas de rojo. Lo notó en seguida, y que ella recordara, había recogido los rotuladores de la cama poco antes de quedarse dormida y tampoco había estado jugando a las princesas con el carmín de su madre. La causa tenía que ser otra. Acababa de cumplir trece años. Soñaba con el primer beso. Sí, esa especie de mermelada de cerezas sólo podía ser una cosa: la regla. Jara había pasado de sentirse niña a pensar como mujer. Se veía mucho más adulta, más madura. Distinta.- Mamá… -lo intentó pero las palabras se le ahogaban entre el fondo de la laringe y un extraño sentimiento de torpeza; no conocía la manera de explicarse.