El baúl de los ladrones
Nadie quería dejar a Marta sola aquella tarde; pero por unas cosas o por otras, todos habían salido: su madre, a echar la partida de cartas semanal, de la liga antijuegos; su hermana, a pasear con el novio; su padre, a la oficina, como siempre. María tampoco estaba: era su día libre. Lina tenía que haberse quedado cuidándola, pero andaba con mil cosas en la cabeza:
–¿Te importa que vaya a echar una parrafadita con la empleada de la vecina?
–No –le dijo Marta–. Cierra la puerta y llévate la llave.