Operación Beowulf
Desde el puesto de observación del bombardero alemán, la ciudad de Londres no era más que una superficie negra atravesada por una serpenteante línea plateada. Volaban a 6.000 pies de altitud, por lo que la temperatura dentro del aparato resultaba gélida. Aún así, el joven oficial de navegación tuvo que secar el sudor que le cubría la frente. Era su primera misión. Tenía tanto miedo que las manos le temblaban mientras manejaba sus instrumentos. Pero su pesadilla no era la posibilidad de morir derribado por un caza británico, sino que sus compañeros de tripulación, todos más veteranos que él, notaran su nerviosismo.