Un piercing en el corazón
Todavía no sé bien por qué extraña razón aquella mañana decidí volver solo a casa, caminando, en vez de esperar a los otros y coger el autobús como de costumbre. Fue entonces cuando Elisa cruzó la calle y vino hacia mí, pronunciando, más o menos, mi nombre:
–¡Eh, Galax! ¿vas para la «urba»?
La beldad de cabello Marte y ojos de almendras amargas al poco comenzó a contarme, como si tal cosa, que acababa de cortar, «de cuajo», con el capullo con el que se la veía últimamente.