Rico y Óscar y el secuestrador del súper
El macarrón estaba tirado en la acera. Era grueso y estriado, tenía un agujero a cada lado y un poco de salsa de queso reseca y algo de porquería por encima. Lo cogí, lo limpié y miré al cielo por encima de las ventanas del número 93 de la calle Dieffe. Era un día de verano, sin nubes, y no había rayas blancas de esas que dejan los aviones. En los aviones, pensé, no puedes abrir las ventanas para tirar comida...
Entré en el edificio, subí a toda prisa las escaleras, con sus paredes pintadas de amarillo, y llamé al timbre de la señora Dahling, del tercero. Llevaba grandes rulos de colores en el pelo, como todos los sábados.
–Podría ser un rigatoni...