La espiral de los sueños
-¡Mira allí! -dijo Gonzalo, quitándose los rizos de las gafas. Manuel giró el cuello noventa grados y dirigió la mirada hacia unas rocas de granito, cubiertas de musgo y de hierbajos, que se alzaban al borde del camino, formando una derruida atalaya. -¿Qué quieres que vea? -Allí, junto a los espinos.