La maldición de los Da
Levoté había ido a recibirlo al aeropuerto de Ouagadougou. Lo vio enseguida, cuando todavía hacía cola para que le sellasen el pasaporte de entrada al país. Era el primer viaje de David Ros a África, y la larga espera para recoger el equipaje y el trámite aduanero lo habían puesto nervioso. El alegre saludo de su amigo, por encima de la multitud expectante que se apiñaba a la salida, lo tranquilizó. La muchacha que tenía delante, al ver que lo saludaban, lo miró y le sonrió.