La prórroga
Muerto. Tranquilo. Sosegado. Detrás de los postigos de su buhardilla, Julien, burlón, asiste a su propio entierro. Pero ¿qué hacer cuando uno está obligado a ocultarse? Esperar a la noche para salir a tomar el fresco, a resguardarse de miradas ajenas, o bien escuchar las conversaciones del café de los Tilos. Y contemplar a Cécile. Cécile, el amor de Julien, que sirve en la terraza del café.