Un manuscrito hallado en el altillo de una casa colonial narra, para que no caiga en el olvido, una de las aventuras más grandes y desconocidas vividas por la apacible ciudad de Santa María de los Buenos Aires, en 1801: la presencia de un faro rodante. Un pirata inventor y enamorado, una tripulación extraña y un aprendiz de constructor de escaleras se enfrentan a un enemigo cruel, mientras descubren el sentido de la amistad, de la lealtad, de la entrega y del amor verdadero. Los personajes principales están muy bien elaborados, sobre todo por la caracterización física y el trabajo con los diálogos. Se destacan las parejas de artilleros Lev y Golev y sus primos, opuestos, como espejos invertidos, Hans y Otto. Los cuatro son generadores de muchas de las situaciones humorísticas de la novela.
El texto tiene un ritmo narrativo ágil que refuerza, desde la escritura, la carrera contra el tiempo de Santiago Escalada y la tripulación para construir la escalera del faro en diez días. La prosa de Diego Muzzio se detiene en la contemplación del río, de la noche y del caserío que forma la ciudad con un lenguaje trabajado y una mirada poética que proponen remansos en el ritmo febril de la aventura.
“El faro del capitán Blum” es una novela con una arquitectura inteligente, en la que se destaca una escena memorable, la de la declaración de amor del capitán, que se resuelve en una distensión abrupta, grotesca y excelentemente trabajada desde lo literario. Una lectura para disfrutar, altamente recomendable.
Un manuscrito hallado en el altillo de una casa colonial narra, para que no caiga en el olvido, una de las aventuras más grandes y desconocidas vividas por la apacible ciudad de Santa María de los Buenos Aires, en 1801: la presencia de un faro rodante. Un pirata inventor y enamorado, una tripulación extraña y un aprendiz de constructor de escaleras se enfrentan a un enemigo cruel, mientras descubren el sentido de la amistad, de la lealtad, de la entrega y del amor verdadero. Los personajes principales están muy... Seguir leyendo
El faro del capitán Blum
Unos meses atrás, mi tía Eulalia me llamó por teléfono para pedirme un favor: el tejado de su casa debía ser reparado con urgencia y había que vaciar el altillo. Supongo que ninguno de ustedes conoce la casa de mi tía. Se trata de un antiguo caserón colonial ubicado en el barrio de San Telmo, y el altillo en cuestión era un cuarto polvoriento repleto de muebles viejos y trastos inservibles. Calculé que vaciar aquel lugar me llevaría todo un día de trabajo.
El sábado siguiente, a las ocho de la mañana, puse manos a la obra. Mientras movía cajas repletas de cachivaches, encontré un pequeño baúl que me llamó la atención.