He aquí uno de los textos canónicos de la literatura británica del XIX, que gracias a su hilarante humor (redefinido hoy como 'nonsense') y a su desacomplejado y original acercamiento a algunos de los grandes asuntos que han interesado al ser humano (el tiempo, la muerte, la soledad o la locura), logra burlar la rigidez del código de conducta propio de la época victoriana y ofrecernos uno de los textos más rabiosamente actuales, ciento cincuenta años después de su primera edición (1865). El texto narra las aventuras desopilantes que le suceden a Alicia, quien, tras caer por el hueco de una madriguera, aparece en un reino de fantasía donde todo (¡absolutamente todo!) es posible, desafiando las convenciones de la lógica y abriendo la puerta a una realidad paralela, propia de la ensoñación. Maravillosa lectura que se finaliza con la convicción de que nunca somos tan poderosos como cuando pensamos y soñamos. ¡Feliz sesquicentenario!
He aquí uno de los textos canónicos de la literatura británica del XIX, que gracias a su hilarante humor (redefinido hoy como 'nonsense') y a su desacomplejado y original acercamiento a algunos de los grandes asuntos que han interesado al ser humano (el tiempo, la muerte, la soledad o la locura), logra burlar la rigidez del código de conducta propio de la época victoriana y ofrecernos uno de los textos más rabiosamente actuales, ciento cincuenta años después de su primera edición (1865). El texto narra las... Seguir leyendo
Alicia en el País de las Maravillas
1. EN LA MADRIGUERA
Alicia empezaba a sentirse cansadísima de estar sentada en un margen, al lado de su hermana, sin saber qué hacer: por dos veces había atisbado el libro que ella leía. Pero era un libro sin grabados, sin diálogo, y "¿de qué sirve un libro -se dijo Alicia- si no tiene diálogo ni grabado?".
Y de la mejor manera que le permitían la somnolencia y el atontamiento en que la había sumido el calor de aquella jornada, considerada en su fuero interno si valdría la pena entretenerse en arrancar margaritas por el gusto de hacer una cadena con ellas, cuando de pronto saltó a su lado un Conejo Blanco de ojuelos encarnados.
No había en ello nada de extraordinario, ni le pareció a Alicia cosa fuera de lo corriente, oír que el Conejo se dijera a sí mismo:-¡Dios mío! ¡Dios mío! Voy a llegar tarde.