La soledad puede disfrazarse en forma de extraños animales, aparecer simbolizada mediante largos silencios, pintada en colores áridos y fríos… La casa de Doña Elba tiene las ventanas abiertas cuando la melancolía se cuela entre la cotidianeidad del desayuno. Un extraño y estilizado haz, formado por múltiples seres, serpentea entre la loza y las diferentes habitaciones. La anciana trata de dar caza por todos los rincones a esa sensación incomprensible que incluso atenaza sus sueños. Una terrible realidad que invade cada estancia hasta que llega la visita de su nieto. Es entonces cuando el calor de las horas compartidas podría trasladar la zozobra a otros lugares, pero ¿se atreve el lector a romper ese ciclo permanente y aplicar la historia a su propia vida?
La soledad puede disfrazarse en forma de extraños animales, aparecer simbolizada mediante largos silencios, pintada en colores áridos y fríos… La casa de Doña Elba tiene las ventanas abiertas cuando la melancolía se cuela entre la cotidianeidad del desayuno. Un extraño y estilizado haz, formado por múltiples seres, serpentea entre la loza y las diferentes habitaciones. La anciana trata de dar caza por todos los rincones a esa sensación incomprensible que incluso atenaza sus sueños. Una terrible realidad que invade... Seguir leyendo