Pekín hoy es una ciudad infinita, punta de lanza de una civilización que ha vivido importantes cambios que la autora conoce muy bien y en cuyos movimientos sociales estuvo implicada de cerca, como los acaecidos en la plaza de Tiannanmen a finales de los 80. Esa carga ideológica está presente en sus obras, impregnadas a partes iguales de tradición y modernidad. La recopilación de tres de sus novelas más prestigiosas compone un friso con varios casos en donde se entremezcla la investigación policial con la intensa relación que la protagonista mantiene con su círculo sentimental más cercano.
En El ojo de jade se sientan las bases de la historia, conocemos los comienzos de la agencia de detectives y a diferentes personajes fundamentales. La trama se construye en torno a una joya que desapareció durante la Revolución Cultural. Mariposas para los muertos mezcla asuntos tan dispares como la búsqueda de una estrella pop que ha desaparecido, el recuerdo de los héroes de las protestas pro-democracia o la precaria situación socioeconómica en la que está sumergido el mundo rural. Por su parte, La casa del espíritu dorado se centra en la historia de un empresario que parece estafar a los ciudadanos con una medicina falsa, un hilo conductor que se complica con un asesinato y nuevos personajes que serán de gran relevancia en el desarrollo del conflicto. Imprescindible para amantes de la novela negra de nuevo cuño.
Pekín hoy es una ciudad infinita, punta de lanza de una civilización que ha vivido importantes cambios que la autora conoce muy bien y en cuyos movimientos sociales estuvo implicada de cerca, como los acaecidos en la plaza de Tiannanmen a finales de los 80. Esa carga ideológica está presente en sus obras, impregnadas a partes iguales de tradición y modernidad. La recopilación de tres de sus novelas más prestigiosas compone un friso con varios casos en donde se entremezcla la investigación policial con la intensa relación que... Seguir leyendo
Trilogía negra de Pekín
En el rincón de un despacho, en un anticuado edificio del distrito Chongyang de Pekín, el ventilador runruneaba ruidosamente, como un anciano enfadado con su propia impotencia. Mei y el señor Shao estaban sentados con un escritorio de por medio. Los dos transpiraban copiosamente. Fuera, el sol apretaba, cociendo el aire hasta hacer de él un bloque de calor sólido.