Hay cosas, en efecto, que tal vez no se pueden contar, pero es necesario que todos los lectores las escuchen. Las cuatro historias que componen este impactante lienzo africano están unidas por una arrolladora sensación de tristeza provocada por las vivencias de sus protagonistas, a los que les une el dolor de la pobreza y la sensación inconsolable que provoca la pérdida de los seres queridos. Entre las palabras advertimos las profundas diferencias que separan la mentalidad occidental de la de las personas que conviven en estas latitudes. Los relatos convierten en ridículas las problemáticas cotidianas de los menores que han tenido la suerte de nacer en otros continentes. Niños huérfanos luchando contra la adversidad, familias que tratan de superar ausencias, la amenaza constante de enfermedades como el SIDA entre los adolescentes, el deplorable precio que algunas jóvenes tienen que pagar por adquirir ropa nueva... Boie despierta la empatía a golpe de estremecedores testimonios, basados en personajes reales, niños y adolescentes anónimos a los que ha conocido en sus viajes a Suazilandia, y dibuja con un léxico exquisito la indignación que vive en cada uno de sus nuevos acercamientos a una sociedad cuyos problemas, muchas veces, son ignorados por aquellos que tienen el poder de solucionarlos.
Hay cosas, en efecto, que tal vez no se pueden contar, pero es necesario que todos los lectores las escuchen. Las cuatro historias que componen este impactante lienzo africano están unidas por una arrolladora sensación de tristeza provocada por las vivencias de sus protagonistas, a los que les une el dolor de la pobreza y la sensación inconsolable que provoca la pérdida de los seres queridos. Entre las palabras advertimos las profundas diferencias que separan la mentalidad occidental de la de las personas que conviven en estas latitudes. Los relatos... Seguir leyendo
Hay cosas que no se pueden contar
Conozco a un niño en África. Vive en las colinas de Shiselweni, no lejos de Hlatikulu, donde, por las mañanas, el rojo sol sale tras las cimas y la lejanía queda difuminada en una neblina azul. Es el lugar más bonito del mundo, y Thulani lo sabe bien. Thulani es el nombre del niño.