Hugo, Rita y Yuri han forjado una amistad a prueba de bombas. Saben que juntos son más fuertes, no solo para superar sus particulares condicionantes, también para descifrar las complicaciones inesperadas que se presentan a diario. Y es que, sin querer, están metidos de lleno en una oscura aventura. En el interior de su colegio ha aparecido el cadáver de una mujer a la que se sentían unidos de una forma especial. Todo apunta a un asesinato y las pistas son pocas y confusas: un botón plateado con un símbolo grabado, un café con leche recién preparado… El narrador, Hugo, es hijo de un comisario, tal vez por eso ha heredado algunas características que le ayudarán a encontrar la senda adecuada para esclarecer esa triste escena. Lo cierto es que sus indagaciones, narradas con precisión y claridad en capítulos frugales, maravillosamente ilustrados en blanco y negro con la sensibilidad habitual de Zelej, también nos ayudan a imaginar los problemas cotidianos a los que se enfrentan estos carismáticos protagonistas y a apreciar el valor inigualable de la amistad verdadera. A lo largo de la historia hay un buen puñado de referencias literarias que dan mayor sabor al relato y pueden despertar la curiosidad de los lectores preadolescentes.
Hugo, Rita y Yuri han forjado una amistad a prueba de bombas. Saben que juntos son más fuertes, no solo para superar sus particulares condicionantes, también para descifrar las complicaciones inesperadas que se presentan a diario. Y es que, sin querer, están metidos de lleno en una oscura aventura. En el interior de su colegio ha aparecido el cadáver de una mujer a la que se sentían unidos de una forma especial. Todo apunta a un asesinato y las pistas son pocas y confusas: un botón plateado con un símbolo... Seguir leyendo
Eso es un secreto que solo sé yo
Me llamo Hugo y soy un caso perdido.
Lo sé, aunque Delia me diga que no es así, que lo que pasa es que mi cabeza funciona diferente y, eso, según ella, me hace más interesante.
A ella todo le parece interesante.
A mí me cuesta entender las cosas. Es como si mi cabeza fuera un colador y, tal como entran, volvieran a salir por los agujeritos, como el agua.