Santiago García-Clairac, un clásico imprescindible de la LIJ, vuelve al campo de la fantasía épica con el primer capítulo de una nueva trilogía en la que se narran las aventuras de Ojos de Dragón, un joven confinado en un orfanato del reino de Avérnico que logra escapar de su celda. Tras liberar a sus congéneres inicia un camino de no retorno en busca de aquello que mantiene viva su esperanza: el reencuentro con sus padres. Solo ese hallazgo permitiría conocerse a si mismo y desvelar la verdadera historia que le condujo hasta esa situación de penuria. En ese trayecto, lleno de enigmas y sobresaltos, traba amistad con Katania, otro personaje errático y en busca de su destino, y debe superar un desafío aún más inquietante: sobre él pesa una maldición y sus días están contados antes de transformarse en dragón. La trilogía, rescatada del olvido por Narval, es hija de su célebre propuesta El ejército negro, de la que retoma ideas y claves a las que suma, -con su habitual maestría narrativa-, nuevos retos para los lectores amantes del fantasy. El atractivo de la propuesta se incrementa gracias al exquisito proyecto gráfico que ha diseñado Laia Ferraté para acompañar la historia, una colección de dibujos a grafito hiperrealistas en la que se atisban variadas influencias (desde el mejor anime japonés hasta el estilo de Don Bluth, diseñador de Dragon´s Lair)
Santiago García-Clairac, un clásico imprescindible de la LIJ, vuelve al campo de la fantasía épica con el primer capítulo de una nueva trilogía en la que se narran las aventuras de Ojos de Dragón, un joven confinado en un orfanato del reino de Avérnico que logra escapar de su celda. Tras liberar a sus congéneres inicia un camino de no retorno en busca de aquello que mantiene viva su esperanza: el reencuentro con sus padres. Solo... Seguir leyendo
Ojos de Dragón I: Libertad
En un miserable orfanato situado en los confines del reino de Avérnico, un muchacho, al que llamaban Ojos de Dragón, se hallaba en el centro de la gran sala con el torso desnudo, temblando de frío ante el juez Strainer y el verdugo Wilmox, que habían sido llamados por Thomas Gorman, el maestre del hospicio.
- ¡Ese chico es un diablo! ¡Deben castigarle como se merece! -manifestó Gorman-. ¡No puede seguir aquí! ¡Es muy peligroso!