No me llamo Angélica
Ya avanzado el verano, el rey Agaja envió a diez de sus quinientas mujeres soldados. Bajaron por el río en una canoa de guerra. Vestían túnicas doradas, abrochadas con cuentas de piedra de luna y anillos de plata, pero cada una de ellas llevaba un cuchillo.
Yo estaba junto a mi padre en el recodo del río, sujetando la mano de mi hermana. Yo tenía dieciséis años y era alta para mi edad, pero me sentí como un niño al lado de esas mujeres gigantes cuando se dirigían al árbol de ceiba donde esperaba Konge. Parecían diez gigantescas estatuas dotadas de vida.