Hay un chico en el baño de las chicas
Bradley Chalkers se sentaba al fondo de la clase, en el último pupitre de la última fila. En el pupitre de al lado no se sentaba nadie; en el de delante tampoco. Era una isla. Lo que de verdad le hubiera gustado a Bradley era meterse en el armario. Allí podría cerrar las puertas y no oír a la señora Ebbel. Bradley pensaba que a ella no le importaría mucho; es más, quizá lo preferiría. Y el resto de la clase también. En resumidas cuentas, todos estarían mucho más contentos si metiera su pupitre en el armario.