Una cuestión de tiempo
–¡Cielo santo! –murmuró Hermux Tantamoq mientras examinaba con detenimiento el reloj de pulsera. Jamás había visto un reloj tan bonito y maltratado. El cristal se había hecho trizas. Las manecillas estaban retorcidas como la cera fundida. La esfera, tan desconchada y rayada que los números apenas eran legibles. El joven ratón tamborileaba sobre el mostrador con sus afiladas uñas.
–Por favor, arréglelo de inmediato– dijo ella con precipitación–. Debe marcar la hora exacta.