Válter o el viaje alucinante
El tren estaba llegando a París cuando me desperté. Lo primero que vi fue el Sena, discurriendo por un suburbio tranquilo. Luego la vía se acercó mucho al río y, por un instante, los reflejos de la luz y el agua parecieron inundar el vagón. No mucho después, el expreso penetró en una clamorosa estación de hierro y cristal.
El tren ya se había detenido cuando abrí la puerta del vagón y contemplé la bóveda de la estación, bajo la que revoloteaban algunas palomas.
El andén donde me apeé estaba lleno de viajeros, pero no tardé en divisar a mi hermano; o mejor: no tardé en descubrir su cabeza de pájaro nervioso, sobresaliendo de la multitud uniforme.