Una historia de complicidad entre nieto y abuelo, humorística y desenfadada, en la que se produce un refrescante intercambio de papeles: es el abuelo quien resulta alocado y aventurero, mientras que el nieto le sigue a regañadientes tratando de que sea sensato; sin éxito, claro está. Los elementos propios del género de terror, bien escogidos y dosificados, generan situaciones cómicas que desembocan en un imprevisible y casi melancólico final. Las ilustraciones, en sintonía con el texto, aportan gracia, dinamismo y frescura.
Una historia de complicidad entre nieto y abuelo, humorística y desenfadada, en la que se produce un refrescante intercambio de papeles: es el abuelo quien resulta alocado y aventurero, mientras que el nieto le sigue a regañadientes tratando de que sea sensato; sin éxito, claro está. Los elementos propios del género de terror, bien escogidos y dosificados, generan situaciones cómicas que desembocan en un imprevisible y casi melancólico final. Las ilustraciones, en sintonía con el texto, aportan gracia, dinamismo y frescura.
Cómo cazamos a Drácula
De un tiempo acá, a mi abuelo Boris se le veía nervioso. En alguna ocasión, tuve la sensación de que deseaba decirme algo pero no se atrevía. Me miraba fijamente, abría la boca y cuando yo le prestaba atención, se producía un momento de suspense al final del cual lo pensaba mejor, negaba con la cabeza y continuaba con sus cosas. Si le preguntaba qué le pasaba, contestaba nervioso, moviendo las manos como para disolver una niebla invisible: