¡Apártate de Mississippi!
Al bajar del autobús, Emma cerró los ojos y respiró hondo. Sí. Así tenía que oler. A estiércol, a gasolina y a tierra húmeda. A vacaciones de verano en casa de su abuela Dolly. Emma se echó la mochila a la espalda y cruzó a saltos la calle. Escupió en el estanque del pueblo, se metió en dos charcos y se plantó delante de la puerta del jardín de su abuela. Todo estaba igual que siempre.
La pintura se desprendía de la vieja casa y en las jardineras de Dolly no crecían geranios, sino lechugas. Su coche tenía una abolladura más y el gato negro apostado encima del cubo de la basura aún no conocía a Emma.