La maldición del Espectro
Cuando oí el primer grito, aparté la cara y me tapé las orejas con las manos, apretando tan fuerte que me dolió la cabeza. En aquel momento no podía ayudar de ningún modo. Pero aún lo oía, el ruido de un sacerdote atormentado, y se prolongó durante mucho tiempo, hasta que por fin fue desapareciendo. De modo que me quedé temblando en el oscuro cobertizo, escuchando como repiqueteaba la lluvia sobre el tejado, intentando reunir valor. Hacía mala noche y estaba a punto de volverse aún peor.