Las fieras cómplices
En una noche tempestuosa de junio, un hombre caminaba con paso furtivo por una senda en las profundidades de las selvas de Mato Grosso. La noche estaba profundamente oscura. Los truenos rodaban unos tras otros, y a la intensa agitación del cielo, la selva respondía con el profundo rumor de sus árboles sacudidos por el vendaval. De vez en cuando la lívida luz de un relámpago cruzaba el cielo; el bosque surgía entonces negro, espectral, para ocultarse enseguida en las impenetrables tinieblas. La selva, terrible siempre, aun de día, con sus acechanzas y traiciones, a esa hora y en la lúgubre soledad, llenaba de angustia el alma mejor templada.