Martina y el mar
Era un día de verano amarillo, de esos en que los colores se ven temblando solos por los caminos, y el calor obliga a tocarlo todo en dos intentos, porque los que palpan el mundo distraídos acaban saltando de golpe, como de un calambre. El mar pestañeaba con olas azules, reflejando el traje de luces de las sirenas, y el sol barnizaba las rocas y las espaldas desnudas. Todo brillaba.