La feria de Soróchintsi
Érase una vez una muchacha guapísima que se llamaba Paraska. Pues, señor, una mañana de agosto de mil ochocientos y pico iba nuestra Paraska en una carreta con su padre -un campesino de largos bigotes canosos, camisa limpia y sucios pantalones- y su madrastra -una mujer chillonamente vestida, codiciosa y desagradable-, que no sentía especial simpatía por Paraska. Iba a la feria de Soróchintsi a vender diez sacos de trigo y una yegua. Toda la gente que iba a la feria volvía los ojos hacia la carreta, aunque no por el trigo, ni por la yegua, ni por la madrastra ni por el campesino. Ya lo habéis adivinado: era por Paraska.